domingo, 14 de septiembre de 2008

Posdata:...

Querido mío:


Te escribo para contártelo todo, que me comprendas y no hagas muchas preguntas.
Primero te voy a pedir perdón, por haberte querido. Realmente miento, mejor dicho por quererte tanto, tanto que hasta duela. Que irónico suena ¿no?, cómo puede doler el querer a una persona si se supone que el amor es como el elixir de la vida, la llama de la ilusión, el eslabón perdido del corazón. Ahora sé que se llega a querer tanto que duele, como una llama que te arde por dentro, y nunca se apaga, y vaga lentamente y, hay veces, que hasta se aviva en algún momento de su camino.

Vuelvo a pedir perdón, por alejarme de ti, por no dejarte si quiera ser mi amigo. Quiero que lo entiendas, que me entiendas, que duele quererte tanto tiempo y no tenerte. Me engaño a mi misma pensando en todos esos títulos maravillosos, “Una paseo para recordar”, “Serendipity”, “Romeo y Julieta”, “Los puentes de Madison”, y creo que llegará mi gran historia de amor, contigo. Que tú serás el chico perfecto que corresponda mi amor, por muchos obstáculos que se encuentren en el camino. Qué tontería.

Sólo duele. Verte y volver llorando, una vez más, como tantas veces. Y eso que me juré no volver a llorar por ti, pero lo sigo haciendo. Es como si me hubieran castigado, como si me estuvieran castigando por quererte tanto.

El primer amor, como el primer bombón, nunca se olvida. Perdón, por no olvidarte.



Posdata: Te quiero

miércoles, 10 de septiembre de 2008

lunes, 8 de septiembre de 2008

Sonrie. Vale la pena ser feliz.


Cabizbaja y mirándose lo pies, como siempre hace, como siempre anda. Pensando que el único día que mire hacia delante sea porque esté él, porque haya vuelto. Y no lo sabe, lo ignora, que así no se consigue nada. Sin prestar atención a su alrededor, como los huracanes, que caminan sin pensar que hay a su paso.
Sentada en el rincón de siempre, en su mente, entre los resquicios de una ventana cerrada. Como ella, cerrando los ojos, pensando, imaginando, recordando. Recuerdos que se clavan en su mente como espadas hambrientas de dolor. Y también en su alma, recuerdos que se clavan en el alma como finas agujas de nostalgia avivadas por sus pensamientos. Lágrimas.
¿Y ahora? Sonríe. Ya lo sabe, que así no se consigue nada. Y sonríe porque se lo merece, y lo sabe. Porque aunque sigue recordando, ya no duele. Ya no hay espadas ni agujas que la obligan a mirar al suelo. Ahora sí, ya lo ve. Que el mundo no son solo él y ella. Que hay más personas. Sonrisas. Que mañana saldrá el sol por su ventana y abrirá los brazos al viento. Miradas.
Volverá hacerlo, porque se lo merece. Sonríe. Vale la pena ser feliz.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Un amor imposible, no deja de ser un amor (Carmen Godoy)

Me gustaría hablarte de él, desde la abrumadora distancia que nos separa y desde la complicidad cotidiana que nos une. Como si este aire nocturno y fresco no me trajera su aroma, como si no dijera su nombre en cada verso, casi sin despegar los labios, como si no me acompañara siempre su voz, como si la ternura no estuviera siempre vestida con su ropa. Me gustaría decirte cómo le extraño y cómo cierro los ojos y disfruto (lo dice una canción), echándole de menos…

Hoy termina abril, y media primavera se ha marchado. Las palabras que escribimos se me enredan en los ojos y en la piel, van llenando el cajón de los recuerdos y me tiembla en la boca la sonrisa. Quisiera contarte, cómo es cuando brilla su mirada y se refleja en los hilos de mi blusa, cuánto dice, cuando calla. Y hasta, a veces, cuánto calla lo que quisiera decir y no se lo permite la imagen del espejo.

Mayo se adormece, vuelan las preguntas, huyen las respuestas y sigue este sueño, dormido y despierto, revoloteando entre mis versos. Quisiera decirte cómo es cuando tiembla y dice mi nombre, con todas las letras, y suena a piropo, y sabe a café, y sonríe y brilla, sólo para mí, porque nadie sabe, porque nadie entiende este mundo nuestro hecho con besos de papel y miedos pequeños que se enredan en las piernas y sonrisas que quisieran ser abrazos.

Quisiera contarte, desde esta ventana, a la que se asoma sin verme los ojos, cómo es primavera si él está a mi lado, cómo me descubro siguiendo sus pasos, cómo soy la cómplice de esta luz que alegra los días, los meses, los cajones, las palabras que nos regalamos, y escondemos, y rompemos… Quisiera decirte cómo es de bonito sentirme a su lado y escuchar su voz, cercana y amiga, saberme esperada, saberme querida, aún en la distancia de años y años sin saber que estaba, sin saber quien era… Mirar el reloj, escuchar atenta sus pasos serenos, mirar la sonrisa, retenerla acaso y detener el tiempo. Luego, recordarla en silencio, ya de madrugada, y convertirla en versos… Quisiera decirte cómo le echo de menos, cómo no se aparta de mi pensamiento y se queda quieto, enredado en mis párpados, en ese momento, de creer en las hadas, entre la vigilia y el sueño.

Te podría hablar, si no fuera un secreto, de sus manos tibias que sólo rocé un momento, y de todo el miedo, como un muro de piedra que obliga al silencio. Pero la memoria no calla, recuerda, como yo recuerdo todas las palabras…, las leo y releo, temblando y sonriendo, tarareo canciones que, a través del tiempo, nos dibujan y dibujan este clandestino y sin embargo inocente sentimiento.

Ese miedo que nos deja sin aliento, que nos calla y nos detiene, que nos aleja a veces, que nos une sin remedio, que nos persigue y nos muerde… Quisiera contarte cómo es ese miedo, pero se me escapa, porque él lo custodia, vigila y protege, no lo deja fuera, lo esconde, lo aleja…, y en un arrebato de luz en sus ojos, cuando nadie mira, yo leo en sus labios que me dice «guapa», y tiemblo, y sonrío, y digo su nombre, todo con mayúsculas, sin punto al final, sonando a «te quiero».

Quisiera contarte, desde esta ventana, el olor a limpio de su cortesía cuando empuja puertas y paso delante, cuando, en un susurro, le siento mirarme, le dejo instalarse en un rincón antiguo que tiene mi alma y que sólo es mío, y que ahora es nuestro… Me veo en sus ojos como en un espejo, y no soy la misma que tú conocías, me siento tan niña, tan joven, tan embelesada, tan llena de vida… Quisiera decirte qué es esto y no puedo… Cuando sin querer apenas, vuelvo a los dieciocho, y le busco entre la gente, junto al mar, en las nubes, en las calles que recorro, entre verso y verso…, repito su nombre si nadie me oye y sonrío, acaso, recordando un momento cualquiera que nos salvó del miedo. Como en un susurro, tan cerca y tan lejos, escucho su voz…, «guapa».

sábado, 6 de septiembre de 2008

La princesa que no podía dormir


Hace muchos, muchos años, en un país lejano envuelto en bosques florados. en lo alto de la colina de un pueblo pequeño y humilde, vivía un pequeña princesita con sus padres y su perrito. La niña vivía en un gran palacio con cinco altas torres, que se alzaban hacia el cielo y ondeaban banderas que bailaban con el viento. La princesa de ojos verdes y cabellos castaños y lisos, tan finos como la seda, tenía un problema. Un gran problema que su mama no podía soportar más.


Al nacer, un hada oscura le predijo que no dormiría a menos que cada noche le contaran un cuento, pero ese cuento tenía que ser especial. Pasaron lo años y la princesita se convirtió en una bella joven y hermosa, pese a que aún no había podido conciliar el sueño ni una noche. Al palacio, por orden del rey, habían acudido los mejores bufones, trovadores y cuenta cuentos de las tierras más lejanas existentes. También habían pasaron príncipes y sirvientes, guardias y panaderos. Pero nadie conseguía el cuento perfecto que hiciera a la princesa cerrar sus ojos y dormir.


Una noche, cuando todo el mundo en el palacio dormía, la princesa que seguía sin poder cerrar sus ojos para descansar, abandonó su cama, triste, para perderse en el bosque. “Si no viviera en casa mama dejaría de llorar preocupándose por mi sueño” pensó la joven y comenzó a caminar por las callejuelas desiertas del pueblo. Pasó las murallas de piedra y se adentró en el bosque.Cuando llegó hasta el corazón del mismo, escuchó la música celestial y dulce que provenía de un laúd. Marie, la princesa, se acercó poco a poco hasta el lugar de donde venía el sonido y cuanto más se acercaba, la música cada vez se hacía más bella. Pero el laúd no estaba solo, lo acompañaba el sonido de una cancioncilla que parecía ser tocada para la luna. Marie decidió quedarse detrás de un arbusto para que el joven que cantaba y tocaba el laúd no la viera y parara de tocar.Pero el muchacho advertido por la luna, notó la presencia de la princesa y dejó de tocar. Puso su laúd en el suelo y se encaminó hacia el lugar donde Marie intentaba ocultarse. Sin mediar palabra ninguno de los dos, el joven tomó a la princesa en sus brazos y la llevó hasta el palacio en su corcel blanco, surcando el cielo. El noble caballero postró a la princesa en su cama y le besó la frente, mientras lo hacía los párpados de la princesa se cerraban poco a poco para dormí y así fue. Después de tantos años la princesa dormía. Cada noche la princesa era besada por la luna en la frente como lo había echo aquel joven desconocido. A los pocos días se supo la verdad en todo el reino, la princesa dormía y los trovadores anunciaban que,
“La princesa no necesitaba que le contaran un cuento, sino que necesita un cuento para contar. Su propio cuento de hadas”

viernes, 5 de septiembre de 2008

Buscas la perfeción cuando ni tu misma la tienes


Pensaría que estaba loca. Loca por querer deshacerme de ese ruidito que tanto me gustaba y que, a toda costa, intentaba evitar. Pero, es que, si me acostumbraba a él y me encariñaba más aún, qué pasaría cuando desapareciera. Qué pasaría cuando la caja de música se rompiera y no pudiera borrar el sonido de mi cabeza, eso sería aún peor, porque ya sería tarde. Era entonces cuando me miraba y se reía. Y decía “entonces conmigo harás lo mismo. Te irás para no cogerme cariño porque algún día nos separaremos” me besaba la frente y echaba una carcajada. Ahora lo comprenderá, que era cierto, que él y el sonido de aquella cajita desaparecieron. Y sí, lo sigo recordando. Ahora al menos la ausencia será menor. Y mientras, yo me engaño. Que los recuerdos no se olvidan. Que es una idiotez. Que las cosas nunca terminan, porque siempre permanecen en los sueños. Como aquella cajita, como aquel sonido, como aquella voz y aquellos besos.